¿DÓNDE ESTÁN ELLOS?
Jesús se puso de pie y le dijo: —Mujer, ¿DÓNDE ESTÁN ELLOS? ¿Alguien te condenó? Ella dijo: —Nadie, Señor. Jesús le dijo: —Tampoco yo te condeno. Vete y de ahora en adelante no peques más.
Juan 8:10-11 PDT
Una de las tendencias de los seres humanos es señalar, condenar, juzgar a quienes cometen pecados diferentes o supuestamente peores que nosotros; el anterior texto nos hace referencia a la mujer encontrada por los religiosos de la época cometiendo adulterio, aquellos que la llevaron a apedrearla estaban convencidos que por ser maestros de la ley no cometían errores y que tenían todo el derecho a condenar a aquella mujer.
En la actualidad sucede lo mismo, somos tan ligeros en lanzar juicios contra el prójimo, sin tener en cuenta que cada uno de nosotros tenemos innumerables faltas delante de Dios, condenamos y nos condenan, cuando solo Dios es el único digno de juzgar cada una de nuestras acciones.
Tal vez crees que puedes condenar a tales individuos, pero tu maldad es igual que la de ellos, ¡y no tienes ninguna excusa! Cuando dices que son perversos y merecen ser castigados, te condenas a ti mismo porque tú, que juzgas a otros, también practicas las mismas cosas. Y sabemos que Dios, en su justicia, castigará a todos los que hacen tales cosas. Y tú, que juzgas a otros por hacer esas cosas, ¿Cómo crees que podrás evitar el juicio de Dios cuando tú haces lo mismo?
Romanos 2:1-3 NTV
Si el día de hoy te sientes señalado(a) o acusado(a), al igual que la mujer adultera, debes sentirte perdonado(a), Jesucristo conoce tu condición y solo Él sabe las intenciones de tu corazón, lo importante es permanecer en comunión con su presencia, la guía de su Espíritu Santo y permanecer en pureza, en santidad, su sangre siempre estará vigente para otorgar el perdón a un hijo arrepentido.
«Maestro —le dijeron a Jesús—, esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio. Como ellos seguían exigiéndole una respuesta, él se incorporó nuevamente y les dijo: «¡Muy bien, pero el que nunca haya pecado que tire la primera piedra!». Al oír eso, los acusadores se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los de más edad, hasta que quedaron solo Jesús y la mujer en medio de la multitud.
Juan 8:4, 7, 9 NTV
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