¡ÉL AÚN SE APARECE!
"Me
manifestaré a él."
Juan 14:21b
(RVR1960)
Jesús dijo estas palabras no solo
a los discípulos de hace dos mil años, sino a todos los que lo aman y obedecen.
Él no está ausente, ni encerrado en los relatos antiguos. Jesús aún se aparece:
en visiones, en sueños, en momentos de oración, en actos de amor, en consuelos que
no se pueden explicar.
No se trata de verlo con los ojos
físicos, sino de reconocer su voz, su presencia, su paz, su guía. Jesús sigue
tocando corazones, sanando heridas, hablándonos cuando lo buscamos con
sinceridad.
Antes de conocer al Señor estaba
atravesando una gran tristeza. Una noche, sin fuerzas le dije: “Jesús, si estás
aquí, muéstramelo” (pues una amiguita muy especial, quien está ya en el Cielo
llamada Gloria Yepes me había hablado de Él) No hubo relámpagos, ni voces
audibles. Pero de repente, una paz inexplicable descendió sobre mí y abrazó mi
alma. Desde ese momento supe: Jesús está aquí manifestado. No lo vi con mis ojos,
pero lo reconocí en mi corazón.
Jesucristo es
el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
Hebreos 13:8
Esto nos afirma que si Jesús se
manifestó en el pasado, lo puede hacer hoy también. Su naturaleza no cambia. Lo
que hizo antes, aún puede hacerlo ahora.
Y en los
postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y
vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones,
y vuestros ancianos soñarán sueños.
Hechos 2:17
Este versículo nos recuerda que
en estos tiempos Dios se comunica directamente con su pueblo. Las visiones y
los sueños no son cosa del pasado. Son promesas vigentes.
Mis ovejas oyen
mi voz, y yo las conozco, y me siguen.
Juan 10:27
Jesús se revela a los suyos. No
siempre es con una aparición visible, pero su voz es clara para el corazón que
le pertenece. Él sigue guiando a sus ovejas con ternura.
He aquí, yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él,
y cenaré con él, y él conmigo.
Apocalipsis
3:20
Jesús no impone su presencia. Él
llama suavemente. A veces en medio del dolor, otras veces en la soledad o en
una oración sincera. Si abrimos la puerta, Él entra.
Entonces les
fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su vista.
Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos
hablaba en el camino?
Lucas 24:31-32
Los discípulos de Emaús no
reconocieron a Jesús con la vista al principio, pero sí con el corazón. Así
también sucede hoy: sentimos su fuego, su cercanía, su voz, y lo reconocemos.
Busca un momento cada día para
estar a solas con Jesús. No solo para hablarle, sino para escucharlo.
Pregúntale:
“¿Estás aquí, Señor? ¿Qué quieres
mostrarme hoy?”
Y espera… Él aún se aparece
Oremos:
Jesús, abre mis ojos para verte,
aunque no sea con los del cuerpo, sino con los del corazón. Manifiéstate en mi
vida. Te necesito más que nunca. Enséñame a reconocer tu voz y tu presencia en
cada paso. Amén.
Dios te continúe
bendiciendo
Julia Andrea
Bustamante
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